Las personas somos influidas por el contexto en que vivimos. Los tiempos cambian, y con ellos, cambian las formas de enfermar. Cuando hablamos de salud mental, podemos identificar claramente que no son los mismos los problemas que se tenían hace 100, 50 o incluso 30 años, de los que se observan en la actualidad. La época que transitamos, está caracterizada por la velocidad con la que suceden las cosas, por los cambios, la incertidumbre y la crisis en los terrenos sociales, económicos, políticos y de los valores en los que nos apoyamos. Todo esto afecta a las relaciones humanas en todos sus niveles, y a la persona de forma individual, en sus vínculos, trabajo, intereses y salud física, entre otros.
A consecuencia de esto, observamos que las principales problemáticas que aparecen en las consultas psicoterapéuticas se relacionan con las adicciones, las fobias, los ataques de pánico, los trastornos de la alimentación, la crisis en la pareja y en la familia, la depresión y los trastornos relacionados al estrés. Problemáticas estrechamente relacionadas con el miedo, la incertidumbre, la confusión y la angustia.
Quienes tienen unos años más quizás hayan vivido otros tiempos, o los tengan presentes por sus padres y abuelos. Tiempos donde todo parecía más estable, más predecible, y donde existían valores y objetivos escritos en piedra. También eran tiempos donde la sexualidad estaba más reprimida, donde las aspiraciones individuales eran menos valoradas, donde en muchos sentidos existían menos oportunidades para aprender conocimientos nuevos, conocer otras culturas y modos de vida, etc. Un mundo más cerrado sobre sí mismo, y menos dispuesto al cambio.
Encontrar un rumbo
Por lo tanto, vivimos un tiempo que nos pone a prueba de otra manera, pero también nos da nuevas oportunidades. Es una época donde es fundamental encontrar el propio rumbo. Difícilmente un trabajo dure toda la vida, los estudios no garantizan el éxito profesional, las situaciones económicas pueden variar, lejos estamos de poder asegurar que una pareja quiera pasar toda su vida junto a nosotros. Por lo tanto, no podemos esperar que la solución llegue desde afuera. Nadie puede decirnos qué hacer ni arreglarnos la vida, porque nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Nadie puede saber lo que nos dará satisfacción. Hoy en día hay tantas voces (infinidad de noticias, estilos de vida, experiencias que nos llegan desde todas partes del mundo) que quedamos aturdidos, sin saber a dónde ir. Se trata de encontrar la brújula en la tormenta, y conectarnos con nuestra vocación, con el tipo de familia o pareja que queremos tener, con nuestros talentos, proyectos, y estar seguros de lo que NO queremos en nuestra vida (a veces saber eso es un buen punto de partida). Cuando se logra tener eso claro, las soluciones empiezan a aparecer. Quizás descubrimos que ya las conocemos, pero no nos atrevimos a ponerlas en práctica, hasta ahora.
Por eso es que hoy en día la ayuda psicoterapéutica resulta fundamental para generar ese espacio propio donde podamos permitirnos pensar y sentir, ser escuchados y no juzgados, y donde la función del Psicólogo no es la de dar mejores consejos que los ya escuchados de la pareja, familia o amigos, sino acompañar en ese proceso de encontrar el camino propio, y de tener el valor para tomar las acciones necesarias para empezar a recorrerlo.
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