Los héroes populares son únicos en su capacidad de generarnos vivencias, emociones y momentos. Provienen de todas las áreas de la vida, pero con una condición: lo que hacen tiene que ser accesible a las mayorías. Músicos, deportistas, actores, son privilegiados en esa categoría. Porque sus obras logran volverse parte inseparable de la vida diaria de millones, llevándolos más allá de la angustia cotidiana. Cuesta mucho comprender cómo pasa esto, cómo la obra de alguien, en forma de una aparentemente intrascendente película, una canción o un juego puede volverse tan trascendente para otros.
Es que las personas, con nuestra capacidad de identificarnos, borramos la frontera entre lo propio y lo ajeno. Mi película favorita, mi canción preferida, mi equipo del corazón. En ese momento, eso deja de ser algo externo, hecho por otro, y se vuelve parte nuestra. Ya no se trata de una obra que admiramos, sino de una que vivimos como propia. Cada logro, cada triunfo, cada fallo, son propios también. Porque lo importante es que nos moviliza, para bien o para mal.
Esas obras acompañan en todos los momentos de la vida, y nos pueden sacar de la depresión, animar tras un mal día, hacer reír, llorar, gritar, bailar, festejar, y realizar las locuras más impensadas por ir a verlos, por estar cerca de quienes admiramos. Sus creaciones nos pueden rescatar, por valiosos momentos, de la tortura que puede ser nuestra mente. Más aún, estos iconos nos inspiran, nos enseñan el amor por una actividad y todo lo que ella puede generar. Por ellos practicamos, estudiamos, entrenamos, soñamos ser cómo ellos, o incluso mejores. Muchos cineastas nacieron tras ver La Guerra de las Galaxias o 2001 odisea del espacio, al ver los mundos que se podían crear a través del cine. Así cómo tantos músicos nacieron al escuchar a los Beatles, e incontables deportistas, (no solo futbolistas), profesionales y amateurs, nacieron al ver jugar a Maradona. Dicho de otra forma, sus obras crearon a muchos otros artistas, crearon muchas vidas.
El deporte, opinan muchos, vino a reemplazar a la guerra entre los humanos. Al poder competir y medirse, se atempera la agresividad y aparece una motivación por superar al otro mucho más interesante que destruirlo militarmente. Los deportistas, entonces, libran literalmente batallas en nombre de otros millones, y quizás salvan vidas en el proceso. Seguro es que salvan vidas de muchos que han superado una enfermedad o tantas otras adversidades para poder ver una vez más a sus ídolos. Porque sin motivación por vivir, no hay salud posible, y hay pocas motivaciones tan poderosas cómo la pasión.
Los humanos tenemos una capacidad única para crear mundos. Y esos mundos creados se vuelven tan reales como el piso en el que estamos parados. Lo dijo un icono de la creación, nada menos que Walt Disney: "Los que contamos historias devolvemos el orden por medio de la imaginación. Devolvemos la esperanza una, y otra, y otra vez". Porque las historias crean orden del caos de la existencia, y ese orden son las historias que hacen un futuro esperanzador posible donde antes no existía. Eso mismo son los mitos que están en el origen de toda cultura. Los ídolos crean historias, crean leyendas que serán contadas una y otra vez, llevando su arte a donde nadie había ido aún.
En vida, movilizan multitudes, uniendo a miles en un sentimiento compartido e íntimo a la vez. Pueden fallar, pueden traicionarse, envejecen, y traen la imagen de la temible decadencia y la inevitable oscuridad con ellos. Muestran que, además de genios, son humanos. Es en la muerte donde su historia terrenal termina, y ya solo queda la leyenda. Leyendas que serán recordadas, agigantadas, deformadas bajo la luz de cada testigo o testigo del testigo y sus relatos. Es ahí cuando van a la eternidad, se vuelven incorruptibles, e iluminan los mundos de incontables otros, que a partir de ellos saben que lo imposible, en la piel de un mortal, fue una vez posible, y por tanto, puede volver a serlo. De la oscuridad, entre tanto, nos queda siempre ocuparnos a los vivos.
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