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Foto del escritorLic. Matías Martín

Perderte por el miedo a perder a los demás

Este es, para mi, uno de los grandes dilemas de la vida. Porque desde muy temprano vamos aprendiendo qué es lo que los demás valoran de nosotros. Qué nos festejan, y qué, en cambio, rechazan y los aleja. Qué se espera de nosotros para ser parte de un grupo. Para ser buen hijo, miembro leal de una familia, buen alumno, para tener amigos, ser elegido por una pareja. Más adelante el ser bueno para ciertas cosas nos hará valorados en diferentes ámbitos del mundo, como el estudio o el trabajo. En este proceso vamos formando una personalidad que está muy marcada por esta percepción, y haciendo gran esfuerzo por sostener y mostrar esas cualidades valoradas. En algún punto, es común que aparezca la pregunta: ¿Qué de esto soy realmente yo? ¿Soy esa personalidad? ¿Soy esas cualidades que me reconocen? ¿Soy mi cuerpo, tenga este muchas características valoradas o no? ¿Qué realmente me identifica y me representa y qué está ahí solo para conseguirme amor y aceptación?. 



La identidad es un tema complejo, pero podemos decir que hay un claro proceso saludable que está asociado a desarrollar y expresar más de eso que se siente como propio, y otro donde la persona jamás explora esas preguntas y queda en cambio fusionada con lo que los demás esperan de él. Por ejemplo, el típico caso de quien trabaja continuando una tradición familiar y no se atreve a explorar una vocación que se aleja de esta. Pero se expresa en todo. Tu forma de reir, de hablar, tus ideas, tus intereses, tus sentimientos, tu forma de conectarte con el mundo y modificarlo


Lo más fuerte de todo esto es que este dilema es inevitable. Por más que evolucionemos en aceptar las diferencias, en ver profundamente al otro, en salir del ego, siempre habrá cosas nuestras que hagan que los demás deseen nuestra presencia o la rechacen. No podemos obligarlos a que les agrademos. Quizás esto sea un motor para el cambio, para trabajar en uno mismo. El mejorarse para ser valorado puede llevarnos a donde la simple voluntad propia no lo haría. Pero tiene que haber un equilibrio, donde eso nos lleve a mejorar dentro de lo que sentimos real y no para pertenecer a cualquier costo. Lo bueno es que finalmente quien está sintonizado consigo mismo, quien se expresa manifestándose y no en busca de atención, por un lado deja de desesperarse por esa aceptación, por otro brilla de una manera en que atrae a aquellos que vibran en esa misma frecuencia, ya que hay algo verdaderamente atractivo en quien está transmitiendo algo profundo de sí mismo, para quien puede percibirlo


Es por eso qué, en el camino del autoconocimiento, vamos cuestionando esas conductas, características que tenemos y nos traen sufrimiento, y desarrollando otras que quedaron de lado. 

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